¿Quién no ha dicho alguna vez «Me siento culpable»? La mayoría de nosotros podemos recordar algún momento en el que el sentimiento de culpa ha aparecido en nuestra vida; bien por pensar que hemos hecho algo mal; o bien por no hacer aquello que «deberíamos» haber hecho.
La culpa es un patrón de respuesta emocional que surge de la creencia de haber transgredido las normas éticas personales o sociales; y sobre todo, cuando a consecuencia de la conducta realizada, o la ausencia de ésta, se ha causado un daño a otra persona.
A nivel psicológico, la culpa alude a la mala conciencia y al sentimiento negativo que la persona experimenta.
Para que el sentimiento de culpa aparezca tiene que haber tres elementos principales: la causa o la razón que la origina, ya sea real o imaginaria; la percepción y autovaloración negativa de la situación, es decir la mala conciencia; y por último, la emoción negativa derivada de la culpa propiamente dicha: el remordimiento.
Las emociones siempre desempeñan una función adaptativa para el ser humano; también la culpa, que sirve para reconocer nuestros errores y facilitar las conductas de reparación.
Por tanto su función sería regular la conducta social indeseable y promover el autocontrol; así como motivar a la persona a reparar el daño causado a los demás.
El problema surge cuando esta culpa sana y positiva se experimenta con excesiva frecuencia, intensidad o duración, e influye negativamente en nuestro bienestar; entonces, pierde su carácter adaptativo para convertirse en algo molesto; que termina condicionando y alterando nuestro día a día.
El sentimiento de culpa está vinculado a nuestros valores y expectativas.
Cada uno de nosotros ha construido una imagen “ideal” de quién debería ser. En un intento de evitar el dolor que produce la diferencia entre quienes somos y quienes deberíamos de ser; podemos llegar a autocastigarnos; a eludir nuestra responsabilidad sobre lo sucedido; e incluso autoengañarnos negando lo ocurrido
La culpa, por tanto, puede ser desadaptativa por exceso o por defecto; pero siempre el denominador común es que hay una distorsión de cómo vemos e interpretamos la situación.
La culpa es desadaptativa cuando interfiere en nuestra vida normal. Recordarnos constantemente lo mal que lo hicimos, lo único que hace es generarnos malestar emocional, bloquearnos para actuar y dañar de manera importante nuestra autoestima.
Las personas que con frecuencia se sienten culpables tienden a desvalorizarse y a ser muy críticas consigo mismas; se angustian con facilidad y viven en una tensión continua; debido a que suelen exigirse más e interpretan cualquier contratiempo como un fracaso debido a su poca valía.
Una vez ha aparecido el sentimiento de culpa, podemos poner en marcha diferentes mecanismos para eliminarlo; aunque no todos son igual de eficaces ni de saludables.
Algunas estrategias que se consideran insanas serían aquellas que tratan de eliminar el remordimiento sin afrontarlo directamente; como por ejemplo actuando de manera autodestructiva: conductas adictivas, comer o trabajar compulsivamente…
Con este tipo de comportamientos se trata de enmascarar la culpa y evitar el malestar que nos produce; pero no se va más allá, no se asume la responsabilidad ni se reparan los daños ocasionados. Es más, con este tipo de conductas es probable que caigamos en algún tipo de círculo vicioso, que nos haga sentir, todavía, más culpables.
Por el contrario, lo más adecuado y saludable, sería identificar exactamente qué conducta o pensamientos hacen que aparezca el sentimiento de culpa y los remordimientos. Tomar conciencia apropiada y realista de nuestra responsabilidad en lo sucedido; expresar a nivel emocional y verbal nuestro arrepentimiento; y por último, en la medida que sea posible, buscar soluciones, reparar daños o compensar los efectos negativos de nuestra actuación.
La culpa es una emoción reguladora que insta a la reparación y a la evitación de daños futuros.
Vivir constantemente con remordimientos intensos es un sufrimiento inútil que puede llegar a paralizarnos y a impedir una adecuada toma de decisiones.
La intervención psicológica en estos casos, suele centrarse en la modificación de los pensamientos negativos que van asociados a un exceso de autocrítica; y por tanto a un malestar emocional. El objetivo sería analizar de forma realista la situación; y sustituir los pensamientos distorsionados por otros mucho más objetivos y ajustados a la realidad.
Una adecuada gestión de las emociones facilita y mejora nuestro bienestar emocional; previniendo el desarrollo de otros trastornos más graves, como por ejemplo la depresión.
El entrenamiento en las estrategias de afrontamiento más adecuadas permite que la persona afectada por el sentimiento de culpa pueda recuperar la seguridad en sí misma; haciéndose responsable y asumiendo las consecuencias de sus decisiones.