«Mañana empiezo….», «Tengo que….», «Me gustaría cambiar, pero…»…; ¿Te suenan estas frases?
Ya sea eliminando un mal hábito o incorporando uno más saludable a nuestro día a día, todos hemos pasado por momentos en que nos invade la necesidad, el entusiasmo o la ilusión de cambiar algo en nuestras vidas. ¡Necesitamos algo de movimiento! ¡Y lo queremos ya!
En ese afán de renovación personal elaboramos una lista (a veces interminable) de metas y objetivos a alcanzar.
Pueden ser los “clásicos”: dejar de fumar, hacer más ejercicio, aprender inglés, comer de forma más saludable, leer…. O más personales, como retomar aquel proyecto guardado en el cajón, pasar más tiempo con amigos y familiares, dedicarte a esa afición que tanto te gusta….
Comenzamos con mucha ilusión, echamos mano de nuestra fuerza de voluntad, y durante unos días, con gran esfuerzo y sacrificio por nuestra parte, cumplimos nuestros propósitos. ¡Esta vez sí que lo consigo!
Pero, la verdad, para que nos vamos a engañar…. Al cabo de una semanas (siendo optimistas) nos vemos haciendo las mismas cosas y de la misma forma.
¡La decepción y la frustración, amén de los sentimientos de culpa, están servidos!
¿Qué ha pasado? ¿Por qué nos resulta tan difícil cambiar? ¿A qué se debe?
La clave está en los hábitos.
Deseamos cambiar y nos preparamos para ello. Decidimos que vamos a hacer más ejercicio, y salimos corriendo a comprar ropa deportiva, nos apuntamos al gimnasio, vamos a varias clases, pero….
En realidad, y aunque sea el inicio de todo, no basta sólo con desearlo. También, y aquí es cuando se complica la cosa; tenemos que romper con los viejos hábitos (de los cuales muchas veces no somos conscientes) que nos mantienen en nuestra zona de confort y sustituirlos por unos nuevos que nos acerquen poco a poco a nuestras metas.
Los hábitos consumen poca energía una vez que los hemos automatizado, es por eso que cuando decidimos promover en nosotros un cambio nos cuesta tanto, ya que requiere por nuestra parte de mucha más energía psíquica y mental de la que utilizábamos habitualmente. Necesitamos hacer un gran esfuerzo de autocontrol en sustituir nuestros comportamientos habituales (conocidos y cómodos) por otros comportamientos (nuevos e incómodos).
¿Cómo se convierte un conducta en un hábito?
Con la repetición, la repetición y la repetición.
Los hábitos son conductas que después de ser repetidas con frecuencia se convierten en una rutina. Son acciones que a fuerza de repetirlas se transforman en automáticas y las realizamos sin cuestionárnoslas; una vez interiorizadas no tenemos que pensar en ellas; lo que nos deja tiempo para realizar otro tipo de tareas que sí que requieren una mayor concentración y atención por nuestra parte. Los hábitos nos hacen la vida más sencilla ayudándonos a ahorrar energía y esfuerzo.
Los hábitos, según los científicos, surgen porque el cerebro siempre busca el modo de ahorrar energía, por lo que su tendencia natural es convertir casi cualquier situación ya vivida en una rutina. El problema es que el cerebro no diferencia entre los buenos y los malos hábitos, así pues, los hábitos pueden ser nuestros mejores aliados o nuestros peores enemigos.
Recuerda que un hábito es simplemente una facilitación de una actividad para ahorrar energía, y depende de nosotros que asumamos la responsabilidad de tener “buenos hábitos”.
Las personas estamos capacitadas para cambiar, evolucionar y crecer interiormente; nuestras neuronas generan constantemente nuevas conexiones que nos permiten estar aprendiendo hasta el día que morimos.
El aprendizaje de nuevos hábitos puede cambiar la estructura física del encéfalo creando nuevas conexiones y nuevos circuitos neuronales. La plasticidad neuronal ha demostrado que el cerebro es moldeable; y por tanto con cada destreza aprendida, lengua estudiada o experiencia vivida vamos reconfigurando continuamente nuestro mapa cerebral.
Según diferentes estudios neurológicos y psicológicos, los hábitos sí se pueden cambiar; y para hacerlo es muy importante entender cómo funcionan.
Se pueden diferenciar tres pasos en la formación de cualquier hábito:
1.- Se produce una señal, que estimula nuestros sentidos avisando al cerebro para que seleccione el hábito correspondiente e inicie el comportamiento.
2.- En respuesta a esta señal se desarrolla una rutina, ya sea física, mental o emocional, que ejecutamos automáticamente y casi de forma inconsciente; es decir, conectamos nuestro piloto automático.
3.- Al finalizar la rutina hay una recompensa, se trata del beneficio que se obtiene después de realizar la acción; y ésta, actúa como reforzador del hábito y ayuda al cerebro a recordar ese comportamiento para el futuro.
Teniendo en cuenta que los tres elementos clave son: señal, rutina y recompensa. Si queremos cambiar uno de nuestros hábitos, tendremos que ser conscientes de cómo funciona éste en nosotros; es decir, tendremos que identificar la señal que lo genera y la recompensa que buscamos al realizarlo; para a partir de ahí, crear una rutina diferente y más constructiva que sustituya a la ya utilizada.
Ahora que ya sabemos como se forman los hábitos y que sí es posible cambiarlos, si nos lo proponemos; el siguiente paso será ponernos en movimiento y pasar a la acción…
¿Qué hábito te gustaría cambiar?