Todos deseamos amar y ser amados, ¿a quién no le gusta ser y tener a alguien especial en su vida?
La búsqueda del amor es una de las necesidades básicas del ser humano; cuando iniciamos una relación con otra persona nos gusta sentirnos queridos y aceptados por el otro; nos hace sentir bien, el afecto nos convierte en seres fuertes; pero si al alcanzarlo nos entregamos en exceso y no acertamos a delimitar adecuadamente nuestros sentimientos, la pasión se puede convertir en un problema.
«Tú le das sentido a mi vida» o «No puedo ser feliz sin ti» son frases que nos alertan de la posible existencia de un relación poco saludable; suelen ser síntoma de que el deseo se ha convertido en necesidad.
Entender la diferencia entre necesitar y preferir es un primer paso para forjar relaciones sanas.
Para el psicólogo Walter Riso, cuando alguien necesita a su pareja es porque le mueve una carencia (le ayuda a resolver los problemas, le compensa en sus déficits, etc.); sin embargo, preferir a tu pareja es elegir desde la libertad. Cuando necesitamos de la aprobación del otro para sentirnos bien, la relación deja de ser libre y saludable para convertirse en dependiente y patológica.
La sociedad actual promueve y refuerza en muchas ocasiones la dependencia emocional; en la educación recibida tradicionalmente no se acostumbra a cuestionar lo establecido, y se rige por mitos que lo único que hacen es fomentar esa dependencia.
Los porcentajes indican que hay un mayor número de mujeres que acuden a consulta por ser dependientes emocionalmente, por lo que puede dar la impresión de que sea un problema sobretodo femenino; pero en realidad, los hombres padecen este problema al igual que las mujeres; sólo que, quizás, y debido a esas ideas transmitidas socialmente no se atreven a mostrar su vulnerabilidad; y en consecuencia, a solicitar ayuda profesional.
Por tanto, no se trata de una cuestión de sexo, sino de creencias: el miedo a la independencia, a la libertad, al que dirán, a poner límites y a decir que “no”, etc; en muchas ocasiones frenan e impiden que nos desarrollemos como personas autónomas; lo que termina generando un déficit de autoestima, que limita a la persona a la hora de tomar decisiones propias; y le hace comenzar a buscar la aprobación del otro para sentirse aceptada y bien; aunque para ello tenga que adoptar actitudes de sumisión que a la larga le conduzcan a la dependencia emocional.
La dependencia emocional se puede definir como el vínculo que se establece con otra persona, que por sus características es disfuncional y patológico.
Se manifiesta con mayor frecuencia en las relaciones de pareja, pero esta dependencia se puede establecer en cualquier tipo de relación: amigos, compañeros, familiares…
La personalidad dependiente emocionalmente se “engancha” al otro, lo idealiza, lo justifica constantemente; y sin darse cuenta lo coloca por encima de ella misma, en lugar de relacionarse desde un plano de igualdad.
Es frecuente que la persona dependiente ponga siempre por delante los deseos del otro y experimente emociones ambivalentes.
La frustración, ansiedad o el miedo al abandono se alternan a menudo con sentimientos de enfado y culpa; por este motivo, en ocasiones se recurre al chantaje emocional. Ante la necesidad de protección, la manipulación es el instrumento más utilizado para lograrla; pero aunque, es posible, que a corto plazo se consiga satisfacer esa necesidad, a la larga la relación termina muy deteriorada, ya que la base de una relación sana se debe de hacer siempre desde el respeto y no de la manipulación.
Normalmente, la persona que recurre a este tipo de estrategias suele hacerlo con su pareja; pero también lo puede hacer con gente cercana, puesto que la dependencia emocional no es exclusiva de las relaciones de pareja; se da con menos frecuencia, pero hay relaciones entre amigos, e incluso entre padres e hijos que se convierten en destructivas.
A pesar de los aspectos negativos que pueden llegar a generar este tipo de relación, la persona que la sufre se siente incapaz de dejarla, debido al intenso miedo a la soledad y al pánico que le genera una posible ruptura.
También es frecuente que en el caso de que la relación finalice, se produzca en el dependiente emocional una especie de síndrome de abstinencia, caracterizado por: seguir manteniendo intensos deseos de retomar la relación pese a lo dolorosa que ésta haya sido; manifestar pensamientos obsesivos; así como síntomas de ansiedad y depresión, los cuales desaparecen de forma inmediata tanto si la relación se reanuda como si se comienza una nueva que sustituya la anterior.
Este tipo de relaciones de dependencia está respaldada por un sistema de creencias bajo el cual se piensa que uno solo tiene valor si la otra persona se lo da.
La necesidad de agradar y de aprobación les lleva a actuar de forma muy poco asertiva: anteponen las necesidades propias ante las de los demás; se inhiben al expresar sus opiniones personales si son contrarias al resto; y no se atreven a defender sus derechos.
Las personas con dependencia emocional simplemente se dejan guiar por lo que los demás esperan de ellas y suelen anticiparse a los deseos del otro; ya que creen que es la forma en que conseguirán el cariño y la aprobación que tanto necesitan.
Sitúan la fuente de su autoestima y bienestar en el exterior, debido a que no confían en sus propios criterios; se sienten inseguras e incapaces de enfrentarse al mundo si no es en compañía de alguien de cual dependan; y por quién se sientan protegidos.
La dependencia emocional es un problema cada vez más común pero muy pocas personas son conscientes de ello.
Probablemente en todos nosotros está presente un cierto nivel de dependencia afectiva de carácter psicosocial; el problema se da cuando el sujeto es controlado por esa necesidad: el miedo a la pérdida, a la soledad y/o abandono contamina el vínculo afectivo y lo vuelve sumamente vulnerable y patológico.
Entonces, ¿dónde se encuentra el límite? ¿cómo sé si soy dependiente emocional? Hay que prestar atención a los síntomas; a cómo nos sentimos en la relaciones con las personas de nuestro entorno íntimo. Algunas señales de que hemos cruzado la línea de la “normalidad” son:
- Cuando sentimos ansiedad, angustia o tristeza exagerada si no estamos en contacto (casi constante) con la otra persona; o si creemos que no nos presta la suficiente atención.
- Nos volvemos exigentes y cada vez demandamos más gestos de aprobación, y de afecto, por su parte para reafirmar la relación.
- Estar con la otra persona pasa a ser el centro de nuestra vida, de nuestros intereses y actividades.
- A pesar de tener la sensación de que esa persona y la forma de relacionarnos con ella es perjudicial o inconveniente, somos incapaces de cortar los vínculos con ella.
En definitiva, cuando la dependencia emocional nos afecta a nivel social, laboral, personal o de salud, podemos decir que hemos cruzado la línea entre el deseo (preferencia) y la necesidad.
Nadie nace siendo dependiente emocional; sino que la tendencia a necesitar a alguien se va desarrollando a lo largo de nuestra vida, en base a nuestras experiencias, hábitos, creencias, costumbres…
Por lo tanto, lo primero que tenemos que entender es que el problema no es debido a alguien o algo externo, sino a nosotros mismos.
No se trata de culpabilizarnos, todo lo contrario; se trata de hacernos responsables de nuestras emociones, pensamientos y acciones; sólo así podremos retomar el control de nuestras vida y recuperar nuestro bienestar.
La dependencia emocional es un problema que se puede prevenir y resolver satisfactoriamente a través de la terapia psicológica.
La terapia se centra en el trabajo con los diversos aspectos que predisponen a la dependencia emocional, como pueden ser la necesidad de apego excesivo, la falta de confianza y de asertividad…
En este sentido, el trabajo para mejorar la autoestima resulta imprescindible; ya que en la medida la persona mejore la relación consigo misma su necesidad afectiva disminuirá; por lo tanto es necesario prestar atención al diálogo interno (ver la forma en la qué te hablas) para reducir la autocrítica destructiva y fomentar la valoración propia.
El objetivo de la intervención psicológica es el de conseguir que la persona con dependencia emocional aprenda a establecer relaciones saludables y satisfactorias; incorporando en su día a día las herramientas necesarias para cuidar de sí mismo, afirmar sus derechos y elegir libremente su camino en vez de dejarse llevar por los demás.