A nivel coloquial emoción y sentimiento se utilizan como iguales para expresar cómo nos sentimos ante una situación concreta. Sin embargo, no son sinónimos, sino que, tal y como defienden algunos autores, existen diferencias entre ambos conceptos.
Emoción y sentimiento se corresponderían con dos niveles diferentes en la forma en que experimentamos nuestra respuesta emocional; se tratarían de dos procesos íntimamente relacionados pero distintos.
El neurólogo Antonio Damasio, en su libro «El error de Descartes: la razón de las emociones», explica que mientras las emociones se experimentan de manera física, sin un proceso racional previo, los sentimientos sí se piensan antes de reflejarse en el cuerpo.
Cuando experimentas una emoción, por ejemplo la emoción de miedo, hay un estímulo que tiene la capacidad de desencadenar una reacción automática. Y esta reacción, por supuesto, empieza en el cerebro, pero luego pasa a reflejarse en el cuerpo; ya sea en el cuerpo real o en nuestra simulación interna del cuerpo. Y entonces tenemos la posibilidad de proyectar esa reacción concreta con varias ideas que se relacionan con esas reacciones y con el objeto que ha causado la reacción. Cuando percibimos todo eso es cuando tenemos un sentimiento. Antonio Damasio.
Por tanto, la emoción precede al sentimiento; cuando se produce una respuesta emocional, aparece en un primer momento la emoción, con su activación fisiológica correspondiente; y más tarde, en un segundo nivel, surge el sentimiento, que es el resultado de un proceso mental que evalúa el conjunto de cambios que determinado estímulo ha provocado en nosotros.
Conocer las diferencias entre emoción y sentimiento, nos permite vivir de forma más consciente, y aprender a gestionar de una manera más eficaz nuestra respuesta emocional.
Todos nos emocionamos, en algún momento, todos hemos notado esa sensación que nos altera, para bien o para mal; se trata de un cambio interno que nos predispone a hacer algo.
Las emociones se podrían definir como la respuesta neuro-psico-fisiológica y subjetiva ante una situación interna o externa, que provoca un cambio en nuestro estado y nos prepara para la acción.
Es decir, se trataría de un tipo de estímulo que provoca cambios concretos en nuestro sistema nervioso y que, al igual que el hambre o el sueño, nos avisa de que se está produciendo un cambio en nuestro entorno que precisa nuestra atención.
Por tanto, cuando una emoción aparece es el indicador de un cambio interno; una señal para nosotros mismos, a la cual tenemos que “escuchar” para saber qué información nos está aportando.
Las emociones no son positivas o negativas, buenas o malas; cada una de ellas nos proporciona un tipo de información, y todas cumplen una función, ya sea adaptativa, social o motivacional.
Prestar atención a lo que las emociones nos indican, nos ayudará a elegir de forma más consciente y eficiente nuestra forma de actuar.
Información que nos aporta las seis emociones consideradas básicas:
- Miedo: Hay una situación que consideramos peligrosa.
- Enfado: Aparece cuando consideramos que están vulnerando nuestros derechos o necesidades.
- Tristeza: Surge al perder algo que para nosotros era valioso.
- Alegría: La sentimos cuando algo nos resulta agradable.
- Asco: Se siente rechazo ante algo que creemos que puede dañarnos.
- Sorpresa: Aparece ante una situación nueva o inesperada.
Los sentimientos son construcciones, son el resultado de la suma de una emoción más un pensamiento; por tanto, podemos cambiarlos y decidir cómo nos sentimos, si así lo deseamos.
¿Cómo? Pues prestando mucha atención a tus pensamientos, y sobretodo, al lenguaje que utilizas en tu dialogo interno.
Observa cada una de las situaciones en las que se genera en ti el sentimiento con el que deseas trabajar; identifica qué emoción hay detrás para saber qué señal te está enviando; e intenta “cazar” al pensamiento que aparece junto a la emoción, ¿Por qué te sientes así? ¿Qué te estás diciendo acerca de esta situación en concreto? ¿Cómo te estás hablando?; trabaja con ese pensamiento; y por último decide si quieres cambiarlo.
Este proceso no es fácil, requiere entrenamiento, aprendizaje de las técnicas más apropiadas, y motivación para el cambio; pero ser conscientes de que nuestros pensamientos son los generadores de nuestra forma de sentir, nos abre la primera puerta para una gestión adecuada y eficiente de nuestras emociones.