La ira es una de las seis emociones consideradas básicas y universales, y como toda emoción tiene una función adaptativa.
Cuando alguien o algo interfiere con lo que estamos intentando hacer, la ira nos moviliza para que eliminemos aquello que se interpone en nuestro camino, y también nos motiva para detener o cambiar una situación que consideramos injusta.
Socialmente está mal visto expresar nuestra rabia, desde pequeños nos enseñan, sobretodo a las mujeres, a no exteriorizarla, incluso a reprimirla; pero la realidad es que hay situaciones que, simple y llanamente, nos enfadan.
No podemos ni es saludable evitar sentirla, pero sí que es conveniente que aprendamos a gestionarla de la forma más apropiada y a expresarla de manera asertiva; de lo contrario, la ira puede ser peligrosa en el sentido de que nos impide pensar con claridad, y nos puede conducir a comportarnos de manera hostil y agresiva; lo que sin duda afectará de manera negativa a nuestra salud y bienestar psicológico.
La emoción de la ira surge ante cualquier situación en la que nos sentimos amenazados, frustrados o tratados injustamente.
Factores como el miedo, la inseguridad, los celos, la envidia, la falta de control, etc.. puede desencadenar nuestro enfado.
También, nuestro estado anímico y físico son aspectos a tener en cuenta; ya que el cansancio, las prisas, la falta de tiempo, los ruidos fuertes o el estrés hacen que podamos estar más susceptibles e irritables.
En función del motivo que provoque la ira podemos encontrar tres tipos o formas de manifestación:
1.- Ira instrumental.
La empleamos como medio para obtener algo. La conducta agresiva y violenta puede aparecer como una manera de lograr distintos objetivos cuando no hemos sido capaces de lograrlos sin usar la violencia. Esta conducta se asocia a un déficit en habilidades de comunicación y de autocontrol.
2.- Ira como explosión.
Puede aparecer debido a haber aguantado durante mucho tiempo una situación injusta o perturbadora. Así, las pequeñas frustraciones diarias se van acumulando y, como consecuencia de no expresar nuestro malestar, acabamos estallando en un momento u otro, “saltando” por algo sin importancia, cuando en realidad estaríamos reaccionando a todo lo que nos ha ocurrido previamente.
3.- Ira como defensa.
Surge cuando percibimos que nos están atacando o nos enfrentamos a una dificultad. Si nuestra reacción se basa más en la interpretación de las intenciones de los demás que en lugar de los hechos objetivos, es posible que nuestra ira sea poco justificada, y que podamos tener reacciones violentas, desmesuradas y desproporcionadas.
La intensidad de todas las emociones es variable, y en el caso de la ira puede ir desde una ligera irritación hasta una furia intensa.
Cuando nos dejamos llevar por la ira, la forma en la que nos comportamos deja bien claro a los demás que estamos enfadados; algunas de las conductas que realizamos pueden ser agresivas con respecto a otras personas (gritar, insultar..); otras pueden ser conductas no verbales que expresen que estamos airados (miradas fijas, ceño fruncido, apretar los dientes…).
También a nivel interno percibimos muchos cambios físicos que nos hacen sentir en tensión o activados de forma intensa: incremento de la tasa cardiaca, aumento de la presión arterial, aumento de la tensión muscular (a veces incluso aparece cierto temblor), la respiración se acelera, etc.
Esta activación es la que nos empuja a actuar, la principal función de la ira, pero este exceso de aceleración, si se mantiene mucho tiempo, o se repite con mucha frecuencia, es muy posible que tenga efectos negativos para la salud a medio o largo plazo; ya que esta excitación ocasiona un desgaste del organismo que facilita la aparición de diferentes trastornos, tanto más intensa, duradera o repetida sea la aparición de la ira.
La ira es una emoción más, no hay que avergonzarse de experimentarla en algunas ocasiones; hemos de aceptarla y reconocer que nos sentimos airados.
Esto no significa que demos rienda suelta a nuestra ira, de hecho algunas investigaciones han demostrado que las explosiones de ira lo único que consiguen es aumentar la propia ira y la agresión; además de no ayudar en absoluto a resolver la situación, al contrario, sólo sirve para empeorarla.
Algunas de las consecuencias de dejarnos llevar por la ira son:
La ira provoca más ira.
Cuando no ponemos límite a nuestra ira y respondemos con estallidos de rabia cada vez que la sentimos, nuestro organismo aumenta sus niveles de adrenalina, con lo que la presión arterial también se incrementa. Por tanto, la sensación a nivel corporal no es de calma, sino de excitación. Y un organismo excitado es más proclive a responder de manera agresiva.
Estallar de ira nos hace sentir peor.
Aunque inicialmente tengamos la sensación de que nos hayamos “descargado” cuando respondemos de forma agresiva (gritos, golpes…); a los pocos minutos, y una vez ha descendido la activación, aparecen los sentimientos de culpa y vergüenza, originados por la sensación de haber perdido el control.
Estallar de ira no nos lleva a conseguir nuestros objetivos.
Cuando alguien grita para intentar que los demás le hagan caso, puede lograr (al principio) su objetivo, pero a la larga sus seres queridos terminaran por alejarse de él; ya sea por miedo, por desgaste o para protegerse. Por tanto, las relaciones interpersonales y familiares se verán deterioradas e incluso, en algún caso, rotas.
Debido a todas estas consecuencias negativas es de vital importancia para nuestro bienestar (y el de los que nos rodean) que aprendamos a reconducir de la manera más eficaz y apropiada esas explosiones de ira.
Para conseguirlo, es importante identificar cuales son la situaciones que nos provocan ira con más facilidad; así como las conductas asociadas que solemos llevar a cabo cuando nos encontramos airados; y en concreto identificar qué tipo de pensamientos, qué sensaciones a nivel físico sentimos con más frecuencia y qué conductas motoras son las que suelen aparecer cuando estamos dominados por la ira.
El último paso, sería aprender las estrategias más apropiadas para controlar esas conductas de ira; y en especial cuando se presentan los sucesos o las situaciones que hemos identificado como detonantes, y sustituirlas por conductas más adecuadas.