El estrés es la respuesta fisiológica, psicológica y conductual que desarrollamos para afrontar y adaptarnos a las diversas demandas o situaciones que nos vamos encontrando en el día a día.
Actualmente, por desgracia, el estrés forma parte de nuestras vidas; a veces tanto que podemos llegar a considerarlo incluso normal.
Sin embargo, cuando no somos capaces de hacer frente de una manera adecuada a las demandas con las que nos encontramos, tanto en la forma como en el tiempo, podemos empezar a sufrir un deterioro en nuestra calidad de vida.
Por tanto, una adecuada gestión del estrés empieza necesariamente por conocer e identificar nuestras fuentes de estrés; esto que en principio parece fácil, no lo es tanto, ya que los estresores no siempre son evidentes.
Un estresor es una situación a la que está expuesta una persona y que, para hacerle frente, necesita adaptarse a ella; es decir, son condiciones ambientales generadoras de estrés.
Pero, si observamos con atención a nuestro entorno, podemos comprobar como ante la misma situación estresante unas personas reaccionan con mucho estrés y otras se quedan como si no hubiera pasado nada.
Y es que la clave de estresarnos no está tanto en el estresor en sí, sino en cómo lo percibimos; es decir, nuestra percepción tanto del estímulo ante el que nos encontramos como de los recursos de los que disponemos para hacerle frente, son determinantes para que nuestro estrés se dispare o mantengamos la calma.
Existen determinadas características de los estresores que pueden hacer que los percibamos como más estresantes.
Entre ellas destacan las siguientes:
- El cambio o la novedad de la situación, como por ejemplo mudarse a vivir a otra ciudad; ya que requiere por nuestra parte un mayor esfuerzo cognitivo y conductual.
- La falta de predictibilidad de la situación; es decir, el hecho de intuir que algo te va a ocurrir pero no saber cuándo, hace que ese algo nos genere una respuesta mayor de estrés.
- Incertidumbre acerca de lo que puede suceder en una situación; por ejemplo, el estrés que se produce al esperar a alguien que se retrasa sin saber qué le ha podido ocurrir.
- Situaciones en las que la persona no sabe qué hacer o en las que sobrepasan los recursos del individuo también son altamente estresantes.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que habitualmente cuando hablamos de situaciones estresantes parece que solo nos referimos a aquellas con connotaciones negativas, como por ejemplo un despido laboral o divorciarnos de nuestra pareja; sin embargo, no hay que olvidar que existen momentos o demandas del medio que tienen un carácter positivo que pueden estresarnos igualmente. Siguiendo con los ejemplos anteriores, podemos decir que si nos estresa divorciarnos también nos puede estresar casarnos; y que afrontar un despido laboral es duro pero no menos que empezar en un nuevo trabajo.
Por tanto, ante la pregunta ¿qué nos estresa?, la respuesta dependerá de los estresores y sus características; pero sobre todo de la percepción que tengamos de ellos y de cómo nos percibamos a nosotros mismos para hacerles frente.
Aun a pesar de ello, existe consenso en cuanto a que hay una serie de sucesos que estresan a la mayoría de las personas.
Siguiendo la clasificación de Crespo y Labrador, los estresores se pueden dividir en tres grandes grupos en función de la intensidad de la respuesta que provocan, de la frecuencia de aparición del estresor en nuestro día a día y la duración del mismo cuando aparece, así tenemos:
1.- Sucesos vitales intensos y extraordinarios
Este tipo de situaciones son las menos frecuentes en nuestra vida. Se caracterizan por ser situaciones estresantes de gran intensidad y no mucha duración.
Estos sucesos producen situaciones de estrés que se dan como resultado de la aparición de cambios importantes en la vida de las personas. Son puntuales y exigen a nuestro organismo un trabajo de adaptación muy intenso que conlleva importantes respuestas de estrés.
Ejemplos de este tipo de estresores son hechos tan traumáticos como perder a una persona querida, una enfermedad terminal, sufrir un accidente de coche trágico, un divorcio, una violación, un terremoto, etc.
2.- Sucesos diarios estresantes de menor intensidad
Este tipo de estresores se caracterizan por su alta frecuencia. Estos hacen alusión a las múltiples situaciones de la vida cotidiana que funcionan como generadoras de estrés; son estresores menores no muy intensos pero muy repetitivos.
Debido a estas características, suelen tener efectos más negativos a nivel psicológico y fisiológico que los anteriores, ya que estos últimos, aunque son muy intensos, son poco frecuentes.
Existen innumerables estresores cotidianos; los podemos dividir según el área que afecte en nuestra vida, así por ejemplo, tenemos sucesos diarios estresantes:
- A nivel laboral, como pueden ser los conflictos con los compañeros, toma de decisiones en el trabajo, la inseguridad o incertidumbre en el empleo , problemas económicos o el mismo ambiente físico laboral (ruidos molestos, calor o poca ventilación), etc.
- De tipo relacional, entre ellos podemos destacar los conflictos interpersonales con familiares o amigos, discusiones con la pareja, problemas con los vecinos, pero también nos puede resultar estresante y desmoralizador la falta de reconocimiento de los demás ante nuestros esfuerzos, las dificultades de comunicación, etc.
- De salud, puede ser frecuente que a una persona le resulte estresante encontrarse sin fuerzas o sufrir un dolor continuo (de dientes o de cabeza) o padecer una enfermedad crónica.
- Otros, donde englobamos situaciones que por su variabilidad y cotidianidad pueden suponer una fuente de estrés. Como por ejemplo los atascos, las colas, etc… E igualmente, situaciones que, debido a la propia subjetividad, pueden resultar muy estresantes para unos pero no para otros; como pueden ser las dificultades que puede tener una pareja para tener un hijo o el simple mal tiempo cuando se esperaban días de sol.
3.- Situaciones de tensión crónica mantenida
Suelen ser episodios prolongados de nuestra vida que se ven mantenidos por la presencia de una situación estresante duradera.
Esta complicada combinación de intensidad y duración elevadas hace que sus efectos sean devastadores para la salud. Por un lado son estresores de una elevada intensidad, similares a los acontecimientos vitales, y por otro su presencia es repetida y duradera, asimilándose en este aspecto a los sucesos diarios estresantes.
A nivel clínico este tipo de situaciones son las más perjudiciales para la persona que las sufre; ya que generan una fuerte respuesta de gran intensidad y su presencia es constante.
Los ejemplos más representativos de este tipo de estresores pueden ser sufrir malos tratos, cuidar de una persona con dependencia, estar en situación de desempleo durante meses y sin expectativas de mejora, estar quemado en el trabajo, etc…
Aunque las situaciones estresantes pueden ser categorizadas de esta manera, muchas veces existen estresores que pueden pertenecer a dos de estas categorías; no hay que olvidar que nuestra percepción sobre la situación juega un papel muy importante.
En ese sentido, también tenemos en tener en cuenta que nuestros propios pensamientos pueden convertirse en un estresor y generarnos malestar.
En ocasiones, tener un pensamiento negativo nos puede originar la respuesta de estrés; quizás te haya pasado, sentir cierto desasosiego estando en una situación en apariencia relajada, como por ejemplo viendo la televisión; pero la realidad es que cuando esto ocurre, lo más probable es que estemos pensando sobre nuestros problemas, lo que produce tensión en nuestro cuerpo, y crea, a su vez, la sensación subjetiva de intranquilidad, que provoca pensamientos todavía más ansiosos; cerrándose de esta manera el círculo.
En resumen, muchas veces no es únicamente la situación en sí la que nos estresa, sino cómo la interpretamos.
Esta interpretación es la que nos produce una determinada emoción que es la que va a influir en cómo nos comportemos y en qué recursos movilicemos para resolver esa situación.
Por este motivo identificar nuestras fuentes de estrés nos va a permitir ser mucho más conscientes de cómo nos afectan determinados estresores; y en consecuencia, tener la capacidad de elegir las estrategias más adecuadas para afrontarlos y preservar nuestro bienestar físico y psicológico.