
¡Hay que ser optimistas!; ¡Piensa en positivo! Son mensajes que nos repiten, y repetimos, una y otra vez, tanto que incluso ya los hemos interiorizado a modo de mantra.
Por supuesto no hay nada de malo en ello; pero puede ser peligroso si ser optimista se convierte en una obligación y no en una decisión tomada por nosotros. Puede aparecer la frustración y cierto sentimiento de culpa por no lograr ser optimistas y ver el lado positivo de la vida: ¡Debería ser positivo, debería ser feliz!; ¡Algo tengo que estar haciendo mal!
Pero, ¿realmente es tan malo ser pesimista?
Lo cierto es que tanto el optimismo como el pesimismo representan dos formas de entender la realidad que en ningún momento tiene que ser la única o verdadera. Es más, un exceso de optimismo puede ser poco adaptativo, e incluso negativo; ya que pensar que todo irá bien o que todo se arreglará sin que nosotros movamos un dedo, nos puede llevar a la frustración cuando descubramos que la realidad no es como esperábamos; por mucho que «¡Yo lo valga!». Con esto no quiero decir que ser optimista sea algo negativo; pero tampoco lo es ser pesimista. Todo en su justa medida.
El pesimismo cuando es moderado, también puede ser positivo; ya que nos puede ayudar a esforzarnos más en la consecución de nuestras metas.
En este sentido, Julie Norem, autora del libro “El poder positivo del pensamiento negativo”, nos habla del pesimismo defensivo; ella lo define como una estrategia que consiste en “ponerse en lo peor” para así prever las cosas que podrían ir mal y poder estar preparados para resolverlas en el caso de que realmente ocurran.
Esta forma de afrontamiento, ayuda a las personas preocupadas a controlar su ansiedad de modo que ésta se vuelva a su favor y no en su contra.
El pesimismo defensivo es probablemente una forma de proceder mucho más realista y responsable; pero además, también es una forma de amortiguar el impacto emocional en el caso de que las cosas salgan mal.
El grado de decepción es menor en aquellas personas que deciden aceptar que todo puede salir mal; y que están preparadas por si llegan las adversidades. El hecho de tener un plan, con acciones concretas y adecuadas; para afrontar los posibles problemas que puedan surgir, les hace tener un mayor control de la situación; lo que se traduce en una menor ansiedad y en una mayor seguridad en sus propios recursos.
Aún a pesar de que existe cierta tendencia a identificar a la persona pesimista como un ser agorero y melancólico; los pesimistas defensivos suelen ser personas dinámicas; ya que necesitan tomar la iniciativa y entrar en acción para prevenir que los peligros que han imaginado realmente ocurran.
Su rendimiento suele ser bueno porque constantemente se motivan a sí mismos para hacer lo mejor que puedan su trabajo. Además, los estudios demuestran que quienes practican la táctica del pesimismo defensivo no tienen mal concepto de sí mismos; ni están abocados a la depresión ni a una peor salud.
Aunque en comparación con los optimistas, y desde un punto de vista clínico, los pesimistas defensivos presentan a largo plazo un mayor nivel de estrés y desesperanza, problemas de insomnio, ansiedad y depresión, y una mayor insatisfacción vital; pero estos síntomas son mucho menores que en los pesimistas puros.
Más allá de las etiquetas que nos queramos poner, ser optimista o pesimista no es más que la actitud que adoptamos frente a las dificultades que nos encontramos en la vida; y ambas pueden ser igual de motivadoras.
En ese sentido, creo que lo más recomendable es ser flexible; y adoptar la actitud más adecuada en función de nuestras propias características personales; y sobretodo dependiendo de la situación a la que nos tengamos que enfrentar.
El optimismo, si es adecuado, nos ayuda a mantener una actitud positiva ante la vida; y a aceptar la realidad pero sin resignarnos; nos da el impulso para trabajar y crear las circunstancias que faciliten el cambio y nos acerquen a nuestros objetivos.
Pero si hay un exceso de optimismo, puede que nos impida percibir y elaborar de forma realista la situación («no es para tanto»); y el hecho de «no querer ver» nos impedirá ponernos en marcha y buscar las soluciones más adecuadas a nuestros problemas; ya que confiaremos en que se resuelvan por sí mismos.
El pesimismo defensivo, por su parte, nos puede ayudar a buscar caminos alternativos; a ser más precavidos o incluso puede estimular nuestro ingenio en la búsqueda de nuevas soluciones para evitar problemas posteriores. Pero, eso sí, el pesimismo solo ayuda cuando nos motiva para actuar y no cuando nos paraliza y lo usamos para desistir y rendirnos; resulta perjudicial si nos impide hacer frente y solucionar nuestros problemas.
En definitiva, es importante mantener una actitud positiva ante la vida; pero aún mejor mantener una actitud realista y de confianza en nuestra propia capacidad para hacer frente a los problemas y adversidades que se nos puedan plantear.
Se trataría de no dejarnos llevar por excesivas anticipaciones, ya sean positivas o negativas; y sobretodo de confiar en nosotros y en nuestras capacidades; sólo así podremos buscar, elaborar y poner en práctica todas aquellas conductas que nos guíen hacia la obtención de nuestros objetivos.