Las emociones se manifiestan de diferentes formas en cada uno de nosotros, dependiendo de distintos factores como la educación, la cultura, la edad, las creencias, los valores…. Sin embargo, una vez que aparece una emoción, nos proporciona la misma información a todos.
En función de que emoción estemos experimentando, las sensaciones que sintamos pueden ser agradables o desagradables; y es por este motivo que tendemos a clasificarlas como emociones positivas o negativas.
Con frecuencia, cuando se trata de emociones “negativas”, en vez de aceptarlas y aprender a gestionarlas de la manera más adecuada; nos empeñamos en negarlas, ignorarlas o luchar en contra de lo que sentimos; causándonos un mayor sufrimiento.
Tal y como explica Olga Cañizares: “Una emoción es como el testigo de un coche. ¿Te imaginas tapando con el dedo el testigo del aceite de tu coche? ¿Qué pasaría si decides no mirar? ¿Qué le pasaría al motor? Se griparía. Eso mismo es lo que nos sucede cuando no queremos reconocer nuestras emociones y, por ende, aceptarlas. Nos “gripamos”. No funcionamos bien, no somos capaces de seguir avanzando. Y el problema no queda ahí, otras piezas del coche se resienten cuando no hay aceite. Otras partes de ti quedan afectadas, a veces, incluso tu salud”.
Es necesario, por tanto, aprender a escuchar el mensaje que nos envía la emoción.
Todas las emociones son útiles, cumplen una función, nos preparan para dar la respuesta más adecuada ante una situación concreta.
Incluso las emociones más desagradables tienen funciones importantes en la adaptación social y en nuestro ajuste personal; por ejemplo, la tristeza tras una pérdida importante, nos sirve para darnos un tiempo y un espacio para reflexionar, y poder elaborar nuestro duelo.
Según Reeve (1994), la emoción tiene tres funciones principales:
1.- Función adaptativa de las emociones.
Una de las funciones más importantes de la emoción es la de prepararnos para la acción; nos impulsa y moviliza la energía necesaria para dar una respuesta eficaz en función de las circunstancias; y dirige nuestra conducta hacia la meta deseada.
Cada una de las emociones nos indican y empujan hacia un tipo de acción diferente; las funciones adaptativas de las emociones consideradas básicas son las siguientes:
- Miedo. Su función es la protección; nos induce a atacar o huir ante situaciones que consideramos peligrosas. Sin embargo, hay que tener cuidado cuando la intensidad emocional es muy alta, ya que entonces lo más probable es que nos bloqueemos y no seamos capaces de dar una respuesta; de lo que se trata, por tanto, es de aprender a gestionarla para no dejarnos dominar por el miedo y quedarnos paralizados.
- Sorpresa. Facilita la atención, focalizándola y promoviendo conductas de exploración y curiosidad hacia la situación novedosa; es decir, nos ayuda a recoger información para orientarnos y saber qué pasa. Es transitoria, ya que desaparece rápidamente para dejar paso a las emociones congruentes con la situación.
- Asco. Gracias a esta emoción se producen respuestas de escape o de evitación ante estímulos desagradables o potencialmente dañinos para nuestra salud; nos induce al rechazo para protegernos.
- Enfado. Su función es la de movilizar la energía necesaria para las reacciones de autodefensa o de ataque, aparece cuando sentimos que son vulnerados nuestros derechos o necesidades.
- Alegría. Nos incita hacia la reproducción de aquello que nos hace sentir bien. Produce un incremento en la capacidad para disfrutar de diferentes aspectos de la vida, y genera actitudes positivas hacia uno mismo y los demás, favoreciendo el altruismo y la empatía.
- Tristeza. Tiene como función adaptativa la reintegración; al disminuir el ritmo de nuestra actividad podemos valorar algunos aspectos de la vida que antes de la pérdida no prestábamos atención; asimismo, nos sirve para aumentar la cohesión con otras personas, especialmente con aquéllas que se encuentran en la misma situación.
2.- Función social de las emociones.
Comunicar nuestro estado de ánimo a las personas de nuestro entorno facilita y fortalece las relaciones con ellas; nuestras emociones actúan para los demás como señales, por tanto, les permite , a su vez, adoptar la actitud y la conducta más apropiada hacia nosotros.
En ocasiones, no expresar las emociones puede tener, también, una función social; se trataría de un proceso adaptativo, ya que hay situaciones en los que es necesaria la contención de ciertas reacciones emocionales para preservar un funcionamiento adecuado de las relaciones sociales.
No obstante, y como siempre, lo más eficaz y adecuado es saber “escuchar” la emoción que surge, valorar cada situación en concreto y buscar el equilibrio. En algunos casos, la expresión de las emociones inducirá en los demás al altruismo y a la conducta prosocial; pero también hay que tener en cuenta, que en ocasiones, no expresar lo se siente puede dar lugar a malos entendidos y reacciones indeseables que no se hubieran producido en el caso de que hubiéramos comunicado el estado emocional en el que nos encontrábamos.
Por último, señalar que en en muchos casos la revelación de las experiencias emocionales es saludable y beneficiosa, tanto porque reduce los síntomas físicos que supone la no expresión de las emociones; como por el hecho de que favorece la creación de una red de apoyo social ante la persona afectada; sin embargo, los efectos sobre los demás pueden llegar a ser perjudiciales, lo que se demuestra por la evidencia existente de que las personas que proveen de apoyo social a los demás (por ejemplo cuidadores) sufren con mayor frecuencia trastornos físicos y psicológicos.
3.- Función motivacional de las emociones.
La relación entre emoción y motivación es íntima, ya que se trata de una experiencia presente en cualquier tipo de actividad que posee las dos principales características de la conducta motivada: dirección e intensidad.
Por una parte, la emoción energiza la conducta motivada, por ejemplo el enfado facilita las reacciones defensivas, la alegría la atracción interpersonal, la sorpresa la atención ante estímulos novedosos, etc. Por otra parte, dirige la conducta, en el sentido de que facilita el acercamiento o la evitación del objetivo de la conducta motivada en función de como nos sentimos.
La relación entre motivación y emoción es bidireccional: toda conducta motivada produce una reacción emocional, y a su vez la emoción facilita la aparición de unas conductas motivadas y no otras.
Si sabemos “escuchar” e interpretar la información que nos proporciona cada emoción, y aprendemos a usarla inteligentemente, tendremos la oportunidad de actuar eligiendo la respuesta que queramos dar; tomando las decisiones más adecuadas basadas en la razón, y en definitiva, siendo los protagonistas de nuestras vidas.
Referencias bibliográficas:
- Cañizares, Olga. (2015) Emociones, sentimientos y patrones de respuesta emocional. En Cañizares, O., García de Leaniz, C. Hazte experto en Inteligencia Emocional (pp. 73-106). Bilbao: Desclée de Brouwer.
- Mariano Chóliz (2005): Psicología de la emoción: el proceso emocional. www.uv.es/=choliz