Conocer la existencia y las características de los pensamientos automáticos negativos, y sobretodo su influencia en nuestras emociones y comportamientos es el primer paso para poder detectarlos, y cambiar, si así lo decidimos, nuestro diálogo interno.
¿Qué te dices a ti misma? ¿Cómo te hablas? ¿Le permitirías a otra persona hablarte así?
Es fundamental aprender a identificar los pensamientos automáticos negativos; no te voy a engañar, no se trata de una tarea fácil, requiere entrenamiento; pero no es posible cambiar algo de lo que no somos conscientes.
Al principio cuesta identificarlos, ya que llevan tanto tiempo acompañándonos que hemos terminado por interiorizarlos; un buen indicador para hacerlo es a través de las emociones.
Los pensamientos automáticos negativos suelen desencadenar emociones negativas; por lo tanto, ésa será la señal de aviso para que nos preguntemos: ¿en qué estoy pensando?, ¿qué es lo que está pasando por mi cabeza ahora mismo?.
Una herramienta eficaz para identificar este tipo de pensamientos, y poder más tarde analizarlos, es el autorregistro; se trata de observarnos, y escribir la situación en la que nos encontramos, la emoción que surge, el pensamiento que nos asalta en ese momento, y por último, el grado de credibilidad que le doy.
Después de hacer este registro durante varios días, dispondremos de la suficiente información como para responder a preguntas del tipo: ¿Cuáles son mis pensamientos más frecuentes?, ¿En qué situaciones me siento mal?, ¿Hay personas con las que me encuentro peor?…
Una vez identificados lo pensamientos automáticos negativos, es el momento de ponerlos a prueba, reflexionar sobre ellos, y por último, ver qué validez tienen para nosotros en el momento actual.
En definitiva, se trata de validar o desechar los pensamientos automáticos negativos; de esta forma generaremos emociones y comportamientos más adecuados para hacer frente a la situación en la que nos encontremos.
Para enfrentarnos a nuestras verbalizaciones negativas utilizaremos fundamentalmente la pregunta. Existen tres tipos de preguntas que nos podemos hacer:
1.-Las que nos ayudan a reflexionar acerca de la evidencia o la consistencia lógica del pensamiento; por ejemplo: ¿Dónde está la evidencia de qué ésto es como yo me lo digo?, ¿Puedo probar ésto que me estoy diciendo?…
2.- Las que intentan analizar el tipo de consecuencias y la transcendencia de lo que pienso; como: ¿Qué ocurriría si las cosas son como pienso?, ¿Qué consecuencias tendría?, ¿Puedo ser feliz incluso si no tengo lo que quiero?…
3.- Las que intentan analizar a qué conduce pensar de esa forma; por ejemplo: ¿Me es rentable pensar como pienso?, Si pienso así, ¿podré solucionar mis problemas?
Como ves, no se trata de negar o rechazar sin más los pensamientos automáticos negativos; ni de pasarnos al extremo de la «positividad» sustituyéndolos por otros más “motivadores”; porque la realidad es que ninguna de esas opciones funciona a largo plazo.
Identificar y modificar los pensamientos implica un trabajo de autoconocimiento que requiere de un compromiso pleno por parte de la persona; se trata de analizar, evaluar y reflexionar sobre lo que causa nuestro malestar; comprobar el grado de autenticidad de nuestros pensamientos, y en el caso de que concluyamos que nos limitan y crean un sufrimiento inútil, implementar las estrategias más adecuadas para cambiarlos.
Los pensamientos automáticos son ideas que aparecen en nuestra mente de forma repentina e invasiva; nosotros somos los que les damos valor, pero solo son pensamientos, ni más ni menos.
Somos nosotros quiénes decidimos si se quedan con nosotros y por cuánto tiempo, su poder dependerá de la atención que le prestemos y de la credibilidad o valor que le concedamos.
Por tanto démosles el valor justo y necesario; y sobretodo, no nos lo creamos sin más; seamos críticos, cuestionémoslos y pongamos a prueba su veracidad.