La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés como: «el conjunto de reacciones fisiológicas que prepara el organismo para la acción».
En este sentido, el estrés o, más bien, nuestra respuesta al estrés sería la forma que tenemos de afrontar y adaptarnos a las diversas demandas o situaciones que nos vamos encontrando en la vida.
La respuesta al estrés no solo es clave para adaptarnos a las circunstancias, sino que gracias a ella hemos sobrevivido como especie durante milenios.
Los mecanismos biológicos implicados en esta respuesta vital para la supervivencia son muchos; pero hay que destacar, la movilización de la energía que nuestro organismo lleva a cabo ante las situaciones percibidas como estresantes; ya sea para afrontarlas, soportarlas o huir. Con este fin, se activan algunos sistemas fisiológicos, como por ejemplo el ritmo cardíaco, el tono muscular, etc.; y se paralizan otros, como la digestión, la reproducción sexual o el sistema inmunitario.
El estrés generalmente suele experimentarse cuando consideramos que nuestros recursos son insuficientes para hacer frente a las demandas con las que nos encontramos.
Por lo tanto, un componente fundamental en nuestra respuesta al estrés es la percepción que tenemos sobre lo que nos estresa.
En su modelo Lazarus y Folkman definen el estrés como: una relación particular entre el individuo y el entorno; que es evaluado por este como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar.
Esta es la razón por la cual un mismo hecho no resulta igual de estresante para todas las personas; ni siquiera en todas las circunstancias o momentos de la vida para una misma persona.
Algunos de los factores que influyen en la respuesta al estrés serían los siguientes:
- La forma en que evaluamos la situación y nuestra capacidad para afrontarla: por ejemplo, un ascenso laboral puede suponer una amenaza para una persona; mientras otra podría considerarlo como un reto personal.
- El estilo de afrontamiento. Existen diferentes formas de hacer frente a las dificultades (por ejemplo, negar el problema, procrastinar, autocontrol, etc.) y cada una de ellas conlleva distintas maneras de percibir el estrés.
- Las características personales: nuestra forma de reaccionar ante las circunstancias que nos exigen un esfuerzo son diferentes e individuales; si bien son rasgos que no pueden considerarse como definitivos, sí que es cierto que manifestamos ciertas tendencias, por ejemplo, ser más o menos proactivos, tener mayor o menor tolerancia a la frustración, etc.
- El apoyo social del que disponemos: la relación con los demás puede servir como amortiguador o amplificador de los acontecimientos estresantes que nos ocurren; así como nuestra habilidad para pedir consejo o ayuda.
Es importante recordar que el estrés no siempre tiene consecuencias negativas; en ocasiones nuestra respuesta al estrés ante lo que consideramos un reto puede estar encaminada a adquirir y poner en marcha nuevas habilidades que refuercen nuestro sentimiento de valía y autoeficacia.
Sin embargo, el estrés se convierte en un problema cuando surge sin haber grandes retos en nuestra vida; cuando se mantiene aún a pesar de que el estresor ha desaparecido; o cuando anticipamos una situación para la que consideramos que no tenemos suficientes recursos.
Este estrés no nos ayuda a vivir mejor sino que nos perjudica; ya que nos bloquea a la hora de actuar y nos impide adaptarnos a las circunstancias.
Cuando el nivel de estrés no es adecuado y es mantenido en el tiempo puede producir malestar físico y emocional.
Diferentes estudios han demostrado su relación con algunas enfermedades como: problemas musculares, de la piel, digestivos, dolores de cabeza, insomnio…; afectando, por tanto, a nuestra calidad de vida y bienestar.
Para contrarrestar los efectos del estrés, en ocasiones será necesario revisar la forma en la que evaluamos la situación.
Puede que la percibamos tan amenazante que nos paralice y nos bloquee a la hora de actuar, perpetuando así el problema. O es posible, que consideremos la situación como un gran desafío al que hacer frente, lo que nos llevará a invertir una excesiva e innecesaria energía, teniendo como consecuencia el agotamiento físico y emocional.
Algunas estrategias como la resolución de problemas o la toma de decisiones pueden ayudarnos cuando con nuestra actuación podemos hacer algo por cambiar la situación o solucionar el problema.
Sin embargo, en otras ocasiones, por ejemplo ante la pérdida de un ser querido, en la que no podemos cambiar la situación, sería más conveniente que nuestros esfuerzos fueran encaminados a amortiguar el impacto emocional; en este caso, la actividades de autocuidado, de relajación o de tipo social, serían mucho más recomendables para preservar nuestro bienestar emocional.
Por último, recuerda que el estrés es una respuesta del organismo para adaptarse a las demandas del entorno; pero si las exigencias son mayores a los recursos personales de los que se dispone, puede haber un problema que termine afectando a la calidad de vida; es en este caso cuando se hace necesario detenernos y evaluar nuestras opciones; aprender e implementar nuevas estrategias de afrontamiento y buscar ayuda profesional en el caso de que fuera necesario.